Del vampiro Casimiro se contaba que de puntillas andaba pues, un caluroso día de agosto, en la playa, sus pies, la arena quemaba.
Todo ocurrió una noche del mes que antes se mencionaba, cuando, Casimiro, conoció a un pequeño gorrión que, por el jardín del castillo, revoloteaba.
Piopío se llamaba el alegre pajarillo que invitó a Casimiro a pasar un día en la playa. El joven vampiro, sin dudar, aceptó ir a aquel lugar que, solo, de noche visitaba. Y al día siguiente, con cubo, rastrillo y pala, dispuesto a divertirse, el vampirillo, al lugar acordado, llegaba.
Era temprano, el sol,
apenas, despertaba y jugando y chapoteando, los pequeños disfrutaban. Las horas
pasaban, el sol, en el cielo, brillaba y la arena… la arena… ¡Cómo quemaba!
Casimiro, salir del agua quería, pero, como quemaba la arenilla, caminar, dando saltitos, tendría…
Casimiro, salir del agua quería, pero, como quemaba la arenilla, caminar, dando saltitos, tendría…
Y,
así, fue como aquél se convertiría
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