Había una vez, un zorro y una cigüeña que eran vecinos. Un
día el zorro quiso gastarle una broma a la cigüeña.
- ¡Hola vecinita! –dijo el zorro-. ¿Por qué no vienes mañana a cenar a mi casa?
- ¡Hola vecinita! –dijo el zorro-. ¿Por qué no vienes mañana a cenar a mi casa?
La Cigüeña, encantada, aceptó y al día siguiente fue muy alegre y con
mucho apetito. Cuando llegó hablaron durante largo tiempo, hasta que la cena
estuvo lista.
- ¡Qué bien huele! –dijo la cigüeña- y se sentaron en la mesa.
Entonces, observó que el Zorro, servía una riquísima sopa en
un plato muy plano. La Cigüeña muy hambrienta, comenzó a picar y a picar la
sopa, pero a causa de su largo pico, no podía comer nada. mientras tanto, el zorro comía con mucha alegría. La Cigüeña
muy enfadada por tal desconsideración, dijo estar llena, y se marchó.
Algunos días más tarde, la Cigüeña quiso devolverle la broma al zorro.
- ¡Hola vecino! ¡Cómo estás? ¿Por qué no vienes a comer, hoy, a mi casa?
- ¡Encantado! –dijo el zorro-.
Los dos vecinos hablaron durante mucho tiempo, hasta que la
comida estuvo preparada. Entonces, la cigüeña trajo la exquisita comida dentro
de un largo y alto jarro de cristal, de panza ancha y boca estrecha. El zorro confundido, intentó de muchas maneras meter su hocico y su lengua dentro del
jarro, pero no llegaba a la comida. Sus ganas de comer eran enormes y, mientras, la Cigüeña degustaba maravillada su almuerzo. Pasado un buen rato, el zorro renunció a aquella apetitosa comida.
- ¡Esta no es forma de tratar a un invitado! –dijo
enfadado-.
A lo que la cigüeña, muy tranquila, respondió: - Espero que hayas aprendido la lección:
“Nunca le hagas a nadie
lo que no quieres que te hagan a ti".
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